Feria de Cali: Entre la resistencia popular y el consumismo capitalista
La Feria de Cali nos presenta una vez más las contradicciones profundas de nuestros pueblos latinoamericanos. Mientras las comunidades afrodescendientes, mestizas y populares mantienen vivas sus tradiciones ancestrales de celebración como forma de resistencia, el capitalismo extractivo convierte la fiesta en mercancía para el turismo.
La contentura como resistencia ancestral
Durante siglos, los pueblos caleños han sostenido la vida celebrando el cuerpo, el viento, el río y los cruces vitales que aquí se encuentran. Esta celebración no es simple entretenimiento: es canto de sobrevivencia, melosería de familias golpeadas por las desgracias del sistema pero que siguen sus luchas comunitarias.
Los vecindarios que se sobrepusieron a explosiones, incendios e inundaciones, la comida compartida para quien llega, las frituras y melaos conquistados con sudor de trabajo que se transforman en baile, en risa, en fuerza colectiva. Aquí radica la verdadera esencia de la resistencia popular.
El dispositivo modernizador del capitalismo
Desde su relanzamiento en la segunda mitad del siglo XX, la feria también se convirtió en un dispositivo modernizador y disciplinador de las culturas populares. Este engranaje comenzó blanqueando la negrura de la caña y, en los años setenta y ochenta, encerró la celebración entre toros, caballos, hatopistas y espectáculos exclusivos para las élites.
La feria terminó siendo, en muchos escenarios, una mercancía cara: una puesta en escena para turistas nacionales y extranjeros, una apariencia de grandeza sostenida en clubes privados donde se exhibe el consumo desbordado. Mientras tanto, en los bordes de la ciudad, miles se rebuscan vendiendo lo que sea para sobrevivir en esos mismos días festivos.
La resistencia continúa en las calles
Afortunadamente, los pueblos suelen ser mejores que sus élites. Entre atardeceres y amaneceres, entre carpas de andén y callesitas de vecindario, la feria sigue siendo lo que las comunidades populares cultivan todos los días: la contentura, el golpe de cadera, la rima con las palmas, el tumbao y una risa que nunca nos falta.
Lo demás, el trancón consumista, las malas yerbas del pantano celebrándose a sí mismas, puede hacer ruido y bloquear la ciudad, pero no logra impedir que la vida siga encontrando cómo moverse y resistir.
En esta Feria de Cali, recordemos que la verdadera celebración no está en los espacios privatizados del capital, sino en la resistencia cotidiana de nuestros pueblos que mantienen viva la llama de la liberación a través de la cultura y la alegría comunitaria.